Las empresas, como las marcas, viven, respiran y se mueven dentro del mercado. Las empresas de hoy en día les encantan usar léxico de guerra o deportivo (que sufre de la misma maña). Les gusta identificar el “target (u objetivo)”, “bombardear” al mercado y “ejecutar” la estrategia de “marketing táctico o de guerrilla” que está en el “playbook (o libro de jugadas o estrategias)”. Todo este esfuerzo es para “conquistar” el mercado y de paso (si se puede) “matar” la competencia (ente que debes considerar como tú “enemigo”).
Además de todo este lenguaje de “trinchera” la empresa debe cuidar más de un “frente” (para seguir un poco con la tradición de la terminología). La empresa moderna debe cuidar su mercado conquistado, sus comunicaciones (que deben ser encriptadas para que el enemigo no las intercepte) y también debe estar pendiente a su proceso de reclutamiento de nuevos miembros de la organización.
Esta última parte es vital para la reputación y “la moral” de los nuevos reclutados. En estos días, recibí el comentario de una entrevista laboral que bien pudo ser una escena en una obra del “Teatro de lo aburdo”. Aunque suene como chisme… esta es la historia, el candidato fue a una entrevista con la persona encargada de reclutamiento y con uno de los dueños de la empresa. Le fue explicado sus beneficios laborales, su remuneración y sus funciones, se le hizo una oferta monetaria y al final cuando se le pregunta al candidato si tiene alguna pregunta, esta persona pregunta lo siguiente…
-“¿Y se podría mejorar el sueldo propuesto?” (Una pregunta absolutamente válida), especialmente considerando que se estaba ofreciendo un 20% menos de lo que ganaba antes.
Al cual le contestaron con mala cara:
-“Te estoy pagando casi lo mismo que en tu antiguo trabajo así que me parece muy bien. Es más, conozco personas mucho más preparadas que tú que aceptarían trabajar por ese precio”.
Me pregunto yo, sabiendo que estamos viviendo en un mundo laboral imperfecto donde la necesidad tiene cara de hereje y citando mis amigos de los multi-niveles, “el empleador busca pagar lo mínimo para emplear al máximo una persona y el empleado busca trabajar lo mínimo mientras gana lo más que puede”. ¿Qué habrá querido decir la persona encargada de reclutamiento con ese comentario? ¿No le importan que después los candidatos salgan hablando pestes de esta empresa?
La marca de empleador es la reputación que tienes como ente empleador. Aquí entran muchos factores a la ecuación; política de reclutamiento, entrenamiento o capacitación a los empleados, posibilidades de avanzar dentro de la organización y claro está, los sueldos y beneficios que da la empresa. Todo esto se traduce en que la empresa puede ser considerada como un “best place to work”.
Pero cuando tienes una reputación como mal empleador, con mucha rotación y que realmente no le importa que los empleados roten tanto porque por cada empleado que sale, hay 10 más como él o ella o incluso más barato esperando su turno. Son episodios como el descrito más arriba donde la marca y/o la empresa misma puede ser salir perjudicada con una mala percepción de empleador que puede afectar su producción, sus ventas y por último hacer peligrar financieramente la empresa.
¿Será que el “Employer Branding” se podría convertir en una realidad en nuestros mercados donde hay más oferta de mano de obra que demanda? ¿O es que en nuestros mercados donde prima la empresa familiar, estamos condenados a que no existan las políticas que pudieran tener una organización grande con capacitación y posibilidades de avanzar y hacer carrera?
Digo, para que el nuevo “recluta” no se sienta al final como el nuevo “recluso”. Lo cual me recuerda del siguiente chiste que adjunto abajo de la línea final…
¡Suerte!
-Ü
(El 18 de mayo estaré en Panamá en la segunda versión del Congreso Regional de Gestión Integral de Capital Humano (COREGICAH) en la Ciudad de Panamá con la charla “Social Media para gestores humanos”. Para más información sobre este Congreso, puedes hacer click aquí.)
Un día, mientras camina por la calle, una mujer de éxito, gerente de una importante empresa, es trágicamente atropellada por un camión y muere. Su alma llega al paraíso y se encuentra en la entrada a San Pedro en persona.
– Bienvenida al paraíso -le dice San Pedro- Antes de que te acomodes, parece que hay un problema. Verás, muy raramente un directivo ha llegado aquí y no estamos seguros de qué hacer contigo.
– No hay problema, déjame entrar -le dice la mujer.
– Bueno, me gustaría, pero tengo órdenes desde lo más alto. Lo que haremos será hacerte pasar un día en el infierno y otro en el paraíso y luego podrás elegir dónde pasar la eternidad.
– De hecho, ya lo he decidido. Prefiero estar en el paraíso -dice la mujer.
– Lo siento, pero tenemos nuestras reglas.
Y con esto San Pedro acompaña a la directora al ascensor y baja, baja, baja hasta el infierno. Las puertas se abren y se encuentra justo en medio de un verde campo de golf. A lo lejos hay un club y de pie delante de ella están todos sus amigos, colegas, directivos que habían trabajado con ella, todos vestidos con traje de noche y muy contentos.
Corren a saludarla, la besan en las mejillas y recuerdan los buenos tiempos. Juegan un agradable partido de golf y luego por la noche cenan juntos en el club con langosta y caviar. Se encuentra también al Diablo, que de hecho es un tipo muy simpático y se divierte mucho contando chistes y bailando.
Se está divirtiendo tanto que, antes de que se dé cuenta, es ya hora de irse. Todos le dan un apretón de manos y la saludan mientras sube al ascensor.
El ascensor sube, sube, sube y se reabre la puerta del paraíso donde San Pedro la está esperando.
“Ahora es el momento de pasar al paraíso”. Así que la mujer pasa las 24 horas sucesivas pasando de nube en nube, tocando el arpa y cantando. Se divierte mucho y, antes de que se dé cuenta, las 24 horas ya han pasado y San Pedro va a buscarla.
– Entonces, has pasado un día en el infierno y otro en el paraíso. Ahora debes elegir tu eternidad.
La mujer reflexiona un momento y luego responde:
– Bueno, no lo habría dicho nunca, quiero decir, el paraíso ha sido precioso, pero creo que he estado mejor en el infierno.
Así que San Pedro la acompaña hasta el ascensor y otra vez baja, baja, baja hasta el infierno. Cuando las puertas del ascensor se abren se encuentra en medio de una tierra desierta cubierta de basura y desperdicios. Ve a todos sus amigos, vestidos con trapos, que están recogiendo los desperdicios y metiéndolos en bolsas negras.
El Diablo la alcanza y le pone un brazo en el cuello.
– No entiendo -balbucea la mujer- Ayer estaba aquí y había un campo de golf y un club y comimos langosta y caviar y bailamos y nos divertimos mucho. Ahora todo lo que hay es una tierra desierta llena de desperdicios y todos mis amigos parecen unos miserables.
El Diablo la mira y sonríe.
– Ayer te estábamos contratando. Hoy eres parte del personal.
Foto: Full Metal Jacket, un clásico de 1987 del director Stanley Kubrick.